El secuestro amigdalar

El secuestro amigdalar

Poca gente puede obligarte a hacer cosas que no quieres, pero tu amígdala sí.

           

Momentos de tensión, el corazón a 130 pulsaciones, una reacción instantánea… y equivocada. Le puede pasar al más impulsivo, pero también al más calmado. Nadie está libre del riesgo de sentirse arrastrado por un impulso irrefrenable que le hace perder los nervios y decir o hacer algo de lo que se arrepiente de forma casi inmediata. Y de todo eso hay una responsable: la amígdala.

No, no se trata de esas dos masas ovales que tenemos en la garganta y cuya inflamación provoca la amigdalitis o anginas. La amígdala (que en griego significa almendra, por su forma) es una glándula que forma parte del cerebro primitivo y en la que residen algunas de las emociones básicas, como la ira o el miedo. De hecho, la amígdala es una especie de portero de discoteca que analiza los estímulos externos y los deja pasar en una de las dos direcciones.

Cuando los procesa recopilando toda la información posible, ésta pasa al neocórtex (la parte más evolucionada de nuestro cerebro) y se generan decisiones emocionalmente calculadas. Pero cuando el cerebro detecta una señal de peligro se encienden las alarmas de nuestro lado más reptiliano, más primitivo, ese que reacciona de forma automática ante un impulso cerrando las puertas a las funciones racionales. La respuesta impulsiva le gana la partida a la lógica, un recuerdo de nuestro pasado menos evolucionado en el que lo importante era responder rápido por un mero instinto de supervivencia. Es decir, la amígdala asume el control del cerebro racional cuando éste todavía no ha tomado ninguna decisión. Eso es el secuestro de la amígdala.

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El secuestro amigdalar

Joseph LeDoux, neurocientífico de la Universidad de Nueva York, fue el primero en descubrir la importancia y el peso de la amígdala en el cerebro emocional, y años después Daniel Goleman acuñó el término secuestro amigdalar en su best-seller “Inteligencia Emocional” para referirse a esos instantes en los que nos dejamos llevar por nuestras emociones más básicas provocando una respuesta ilógica.

La amígdala asume el control del cerebro racional cuando éste todavía no ha tomado ninguna decisión. Tuitea esto

Analiza alguna reacción que hayas experimentado o que hayas visto en alguien. Lo más probable es que siguieran el patrón clásico de un secuestro amigdalar. Primero sintieron una reacción emocional muy fuerte y desmedida, tanto que en apenas una décima de segundo tomaron una decisión que se les escapó de las manos. Apenas unos instantes después de ese secuestro se dieron cuenta de esa reacción inapropiada y desmesurada, llegando incluso al arrepentimiento, pero ya era tarde.

Poca gente puede obligarte a hacer cosas que no quieres, pero tu amígdala sí. Y tú, ¿cómo gestionas tus impulsos? ¿Te dejas dominar por tu lado más primitivo o por el racional?

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Jose Carlos León

Filólogo, coach y apasionado de la Inteligencia Emocional. Tutor del Master de Coaching CEU-Diamond Building y abierto permanentemente al conocimiento.

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