Tu cerebro quiere certezas

Tu cerebro quiere certezas

Los patrones de certidumbre, los ejes que marcan (y limitan) tu vida

           

Más vale lo malo conocido a lo bueno por conocer”, “mejor pájaro en mano que ciento volando” o “virgencita, virgencita, que me quede como estoy” son algunos de esos viejos refranes populares que nos han acompañado desde siempre y que dejan al cambio en tan mal lugar, hasta el punto de negarlo. Si lo piensas bien es algo absurdo, porque si hay algo inalterable en nuestra vida es que estamos sujetos a un cambio permanente, ya sea elegido o no. Pero esos antiguos axiomas reflejan una mentalidad muy sólidamente asentada y que tiene incluso una sólida base científica: la necesidad de que todo siga igual para saber exactamente qué es lo que va a pasar.

Eso es lo que se llaman patrones de certidumbre. Básicamente, nuestro cerebro está diseñado para buscar certezas, patrones que se repitan sistemáticamente y que nos den la sensación de poder adelantarnos al futuro con la seguridad de saber cuál será el siguiente movimiento en esa larga partida de ajedrez que es nuestra vida. El cerebro se siente cómodo en la certidumbre, en el ámbito de lo previsible y lo familiar. Provoca incluso una extraña sensación de superioridad, de victoria por la capacidad de anticiparnos a los eventos futuros, por ese ancestral deseo de tener la razón, por ese gustazo de que sucediera aquello que pensabas iba a pasar para poder decir: “ves, te lo dije”.

En el ámbito del deporte le hemos puesto incluso nombre, y le llamamos “dinámicas” o “rachas”. Cuando hablamos de que un equipo ha entrado en “dinámica ganadora” o está en una “racha negativa” no estamos haciendo otra cosa que adelantarnos al siguiente resultado y empezar a justificar qué va a pasar… aunque eso vaya en contra del objetivo marcado.
Tranquilos, porque no tenemos la culpa. El responsable es nuestro cerebro, que se empeña en acomodarse a lo que ya conoce. Él va por libre, buscando certezas y espacios de seguridad. A él sí le vale eso de lo “malo conocido a lo bueno por conocer”, porque lo conocido le aporta estabilidad, pero eso de “por conocer” suena a incertidumbre, y por ahí no pasa. Lo desconocido implica una amenaza y miedo, y a nuestra mente eso no le gusta nada. Puede que nos vaya mejor… o peor, pero en todo caso sería distinto e implicaría un riesgo, y al cerebro humano no le gusta el riesgo.

certidumbre

Y ahí entra en juego algo extremadamente importante en nuestras vidas: las creencias. Por su propia definición, una creencia es una idea que nos genera sensación de certidumbre y que se sostiene con referencias. Además, las creencias (sí, las limitantes también) se construyen desde la parte racional del cerebro y terminan instalándose en el córtex prefrontal. No son algo instintivo que se genere en el cerebro primitivo, porque necesitamos armarlas y argumentarlas suficientemente… para que lleguemos a pensar que son completamente ciertas.

Las creencias son las estrategias que necesita el cerebro para tener certeza de lo que va a pasar. Tuitea esto

Las creencias son las estrategias que necesita el cerebro para tener certeza de lo que va a pasar, de cuál será la siguiente parada en el trayecto, aunque el destino final no sea positivo u operativo para nosotros. Al cerebro eso le da igual. Lo único que quiere es tener la razón, aunque no vaya a favor de los resultados deseados. Ésa es la certidumbre.

El problema viene cuando nos llegan referencias que no sostienen la creencia que hemos construido durante tantos años, tantos que la llegamos a interiorizar de tal manera que la incluimos en nuestra identidad. Y una vez instalada ahí, es muy difícil de sacar, porque la vamos a defender como algo propio… aunque nos esté perjudicando y alejando de nuestros objetivos. Ante esas referencias “incómodas”, el cerebro tiene la necesidad de ajustarlas a su patrón, de meterlas con calzador… o de rechazarlas directamente, porque no le son operativas para generar sus certezas.

Cuenta Richard Bandler co-creador de la PNL, que la terapeuta Virgina Satir le dijo una vez: “Richard, ¿Sabes cuál es el instinto más fuerte en el ser humano? El de la familiaridad. Las personas preferirían morir a cambiar”.

Para desarmar una creencia limitante tenemos la peligrosa tendencia de querer tumbarla, pero eso puede provocar en el cerebro un movimiento de defensa ante la amenaza de que alguien venga a cuestionar algo que ha considerado parte de su identidad. Por eso lo adecuado no es “tumbarla”, sino “desmontarla” buscando una ruptura de la certidumbre. Y si certidumbre es seguridad al 100%, la falta de certidumbre puede ir desde el 99% al 1%. En el momento que se meta una cuña que permita minar esa seguridad ya habremos empezado a lograr nuestro objetivo
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¿Y tú, cuántas creencias limitantes tienes? ¿Cuántas cosas das por hechas pese a que juegan en tu contra? ¿Cuántas veces te has visto limitado por tus certezas? ¿Prefieres tener certidumbres o alcanzar tus objetivos? ¿Con qué estás comprometido, con tener la razón o tener resultados?

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